La difusión por parte de 'El País' del contenido de los 250.000 documentos acopiados por Wikileaks sobre la actuación de la diplomacia estadounidense en diversos escenarios exteriores -entre ellos España- da detalles inéditos y abochornantes acerca de la habitual injerencia de EE UU en la política de otros países. Como se suele decir, "el infierno está en los detalles" y el conjunto de los documentos que están siendo desvelados abunda en ellos. Son los que pide -hasta lo inquietante- Washington: datos antropométricos, salud, hábitos de vida, tarjetas de crédito... Y los que sus legaciones se afanan en recopilar.
La injerencia toma, por su aparente 'naturalidad', la desenvuelta apariencia de normalidad, pero no es natural ni normal en absoluto. Una cosa es recabar información o plantear reclamaciones concretas al Gobierno y otra muy diferente -como en el caso concreto de España- sondear y presionar al poder judicial (a través de fiscales y jueces) en relación con contenciosos delicados que afectan a Estados Unidos, como el asesinato de José Couso en Bagdad, el destino de los presos ilegales de Guantánamo o los vuelos secretos de la CIA.
El poder judicial es, por definición constitucional independiente, por lo que los contactos entre representantes oficiales de un país extranjero y sus miembros nacionales en relación con asuntos que afectan a ese país es, en el mejor de los casos, impropio y en el peor, ilegal. En cualquier caso, puede calificarse -sin hipérbole- de denigrante para España, que es tratada como un país bananero sin que su Gobierno se atreva a poner las cosas en su sitio.
La Fiscalía General del Estado o los fiscales de la Audiencia Nacional no tienen por qué informar a Estados Unidos acerca de sus propósitos o de las perspectivas probables de un asunto determinado. Y menos aún los jueces. El desconsuelo de la legación de Washington por la salida de Fungairiño, calificado como "interlocutor de gran valor", de la Audiencia Nacional es tan expresivo como inquietante. ¿Qué significa exactamente la calificación de "estrictamente protegido" que la embajada aplica al polémico fiscal?
Por otra parte, ¿cómo cabe interpretar que el ex embajador, Eduardo Aguirre (en la foto), le espete al jefe del Departamento de Política y Seguridad del Gabinete de Presidencia, asesor de Zapatero, que se le está "acabando la paciencia"? ¿Es ese el 'último grito' en el lenguaje diplomático o el de un matón mafioso?
Hay motivos sobrados para hacerse preguntas candentes a raiz de las revelaciones que están surgiendo del análisis de los 250.000 documentos que llegaron a poder de Wikileaks. No son cotilleos banales, como han dado en decir algunos, tal vez envidiosos de la suerte de 'El País', sino un material que es necesario conocer para reubicar a España en el mundo y velar en lo sucesivo para que las injerencias relatadas hoy no persistan en el futuro.
A propósito de esa actitud minimizadora, algunos medios quedan manifiestamente con el culo al aire. El paradigma de la falta de profesionalidad lo ofrece, una vez más, 'El Mundo', que ha decidido mantener prácticamente 'in albis' a sus lectores. El primer día, desde Washington, el corresponsal, en una breve información, calificaba como "insulso" el contenido de la filtración. Hoy, su cosmopolita columnista Arcadi Espada lo describe como "humo de chusma" (¿)
"No están maduras", dijo el zorro ante las uvas incalcanzables
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