De Pekin a Washington, de Londres a Moscú, de Roma a La Habana, de norte a sur y de este a oeste se extiende una tupida mordaza que silencia no ya la heterodoxia o la lícita disidencia sino la pura y simple libertad de decir/escribir lo que se piensa: la libertad de expresión, en su sentido más literal y cierto.
Que eso suceda en los países totalitarios no produce sorpresa alguna, aunque sí genera la indignación de los medios que -desde la democracia- dicen defender (más que defienden) ese derecho elemental del que parten o deberían partir todos los demás. Cuando es en países democráticos donde tal vulneración se produce (y lo hace cotidianamente), una conspiración de silencio -es decir, la mordaza en pleno ejercicio- suele ocultarlo púdicamente.
Recientemente los medios informativos italianos no dependientes del abusivo plutócrata Silvio Berlusconi han ido a la huelga para protestar contra una ley cuyo único propósito es yugular su derecho a informar libremente acerca de las corruptelas y escándalos de la amplia 'cleptocracia' del país. No conforme con regalarse desde hace años la impunidad en numerosos casos judiciales, utilizando para ello su mayoría parlamentaria, Berlusconi intenta a toda costa matar al mensajero.
Italia es un paradigma excesivo, por supuesto, pero ¿qué decir de la libertad de expresión en EE UU, país que se ha presentado siempre como 'la tierra de ,los libres', patrocinador estelar de las libertades a nivel global? Recientemente, la periodista Octavia Nasr, especialista en Oriente Medio de la CNN con veinte años de antigüedad, fue despedida por hacer un breve comentario encomiástico del ayatolá chií libanés Mohamed Husein Fadlala con ocasión de su fallecimiento. El comentario lo hizo en su 'Twitter', no ante las cámaras, pero sin duda -a los ojos de muchos- malinterpretó su teórica libertad de expresión individual
Para la 'inteligencia' estadounidense, que se inspira invariablemente en la israelí, Fadlala era un líder del "grupo terrorista" Hizbulah. Tanto el ayatolá como el grupo chií habían negado tal acusación sistemáticamente, pero esa negativa importa poco cuando se trata de una persona muy crítica con la política de Israel y de Estados Unidos, su aliado estratégico en la zona. Ni siquiera el hecho de haber condenado categóricamente los ataques del 11-S hizo cambiar de opinión a sus acusadores. Todo elogio a Fadlala es -según los administradores exclusivos de las libertades- una apología del terrorismo.
Llueve sobre mojado. El vidrioso tema de Israel ha sido también la causa de la apresurada jubilación de la decana de los informadores en la Casa Blanca, Helen Thomas. Se celebraba en la residencia oficial del presidente el Día de la Herencia Judía cuando un rabino que actuaba como informador para la web www.rabbilive.com, de la que es fundador, se acercó a la periodista y le preguntó: "¿Algo que decir sobre Israel?".
Las crónicas no cuentan si Thomas, de 89 años, se había tomado unas copitas con motivo de la celebración, pero en cualquier caso su respuesta fue de una contundencia apabullante: "Dígales que se vayan de una vez de Palestina". El rabino no se dejó impresionar y preguntó: "¿A dónde deberían irse". "A Alemania, Polonia, América, el resto del mundo", respondió la veterana periodista sin perder su sonrisa, que se esfumaría apenas unas horas más tarde.
Israel es un tabú global, no sólo estadounidense. La prensa occidental ha llegado a dar el mismo rango informativo al lanzamiento de los misiles caseros 'Al Qassam' de Hamás que a un ataque de Israel sobre población civil utilizando helicópteros. A nivel de opinión editorial, el conflicto israelo-palestino apenas existe. Cuando Israel recibe críticas son mínimas y muy 'constructivas'. Sin embargo, cuando hace un aparente acercamiento al diálogo con los palestinos, como el protagonizado recientemente por Netanyahu tras el brutal ataque a un barco con ayuda humanitaria a Gaza, es saludado como si realmente tuviera una mínima credibilidad.
Lo que ocurre en Italia o el tratamiento informativo-opinativo que se concede a Israel son sólo paradigmas de elocuencia eficaz acerca de un estado de cosas que raramente se admite como real. Las limitaciones a la libertad de expresión son práctica común en las redacciones de todo el mundo presuntamente libre. No las ordena el Estado, cierto, pero la censura no es menos real ni eficaz ni lamentable que si lo hiciera. La connivencia entre el poder económico (siempre en primer lugar, que nadie lo olvide), el político y el mediático funciona como una máquina bien engrasada. La ocultación, preterición o manipulación de informaciones es práctica común y los integrantes de las redacciones no tienen otra posibilidad que la de ser cómpices -en el peor de los casos- o testigos mudos.
La mordaza se extiende y se consolida cada vez más y ello amenaza a la propia democracia en mayor grado que cualquier otra cosa, pero al mismo tiempo hace peligrar la supervivencia de los medios que la aplican y que intentan combatir su descrédito -y la consecuente decadencia económica- con vistosas y tornasoladas burbujas de evasión.elaboradas 'al gusto de todos los públicos'.
Qué error, qué inmenso error.
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