19 mayo, 2008

Mira quién habla: ¡Aznar!

Al fin habló la esfinge, la sombra, el augur. Y lo hizo desde su 'bunker' predilecto, ese 'think tank' ultraconservador desde el que su propuso en su día -e insiste en ello- iluminar ideológicamente al Partido Popular: la FAES. No ha dicho Aznar (ni se esperaba) nada especialmente lúcido o imprevisible. Se trataba fundamentalmente de defenderse y defender a los suyos desde un discurso falsamente abstracto.

Decir, por ejemplo, "la confianza y la defensa de los principios es esencial" en política podría parecer, en otras circunstancias, una obviedad. Cuando lo que denuncian los disidentes del PP es que Rajoy trata de alterar los principios del partido y que, justamente por ello, no les merece confianza, no cabe duda de hacia dónde se dirige el tiro del ex presidente, que es precisamente el 'autor intelectual' de dichos principios supuestamente inamovibles.

¿Puede Aznar hablar de principios sin ruborizarse? ¿Qué principios insiste ahora en defender quien nunca contempló otra cosa que fines? Uno evoca inevitablemente el ingenio de Groucho Marx cuando escucha a Aznar: "Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros". Los principios de Aznar no le impidieron en su día hacer arrumacos a Arzalluz ni asegurar que hablaba catalán "en la intimidad". Si algún principio ha mantenido en toda su trayectoria hasta hoy es el de mentir de la manera más descarada cuando lo considera beneficioso para sus intereses. ¿Merece confianza quien miente con tanto desparpajo?

El caso del diálogo con ETA fue paradigmático. Si él dialoga e incluso hace a la banda terrorista concesiones tales como el acercamiento de presos es porque está "explorando" la disposición de la banda a rendirse. Si lo hace otro lo que evidencia es su propia disposición a rendirse. ¿Y qué decir sobre sus insinuaciones intolerables acerca de los atentados del 11-M? En otro lugar que no fuera esta España de nuestros pecados alguien como Aznar no tendría crédito alguno a estas alturas. Aquí, sin embargo, se le escucha como si fuera el oráculo de Delfos.

José María Aznar tuvo la suerte de llegar con facilidad al poder. Sus méritos para lograrlo nadie es capaz de enumerarlos. Simplemente, no existen. Fue el demérito ajeno, el harakiri del PSOE, engolfado en el poder y la autocomplacencia, lo que llevo a Aznar a La Moncloa, Gal mediante. ¿De qué puede presumir el primer presidente capaz de hacer pasar directamente a su partido de la mayoría absoluta a la oposición? ¿De haber metido al país en la guerra injusta y depredadora de Irak? ¿De intentar desorientar sobre la autoría de los atentados del 11-M?

Que critique el tacticismo, como ha hecho hoy, quien no praticó en su vida otra cosa que táctica torpe y barata requiere una cara de cemento armado. Que se considere a sí mismo, implicitamente, como administrador "inteligente de un proyecto político" clama al cielo. E incluso invita al sarcasmo cuando dice algo tan razonable -aunque lo hace en obvia defensa de San Gil y quienes la apoyan, incluido él mismo- como que "siempre hay que procurar jugar con los mejores y además tener la voluntad y la decisión de llamarles y de agruparlos en torno a un gran proyecto".

Lo mejor no es una dimensión objetiva, definir quienes son "los mejores" es algo incuestionablemente subjetivo y también circunstancial, como lo es la elaboración de "un gran proyecto" (o de uno pequeño). Él eligió en su día, subjetivamente, a 'sus mejores' y Rajoy era el primero entre ellos. Ahora, para él y otros muchos admiradores suyos, Rajoy ha pasado a ser 'lo peor' sólo porque quiere cambiar el rumbo al fracaso que el propio Aznar diseñó precisamente cuando se despedía -es un decir- de la política. A este paso éste va a acabar siendo el cuento de 'entre todos la mataron y ella sola se murió'.

Parafraseando su latiguillo, creo que ha llegado el momento de decirle a José María Aznar lo que él le espetaba día sí y día también a Felipe González: váyase, señor Aznar. Váyase a asesorar al poderoso Murdoch. Váyase a poner los pies sobre la mesa con su amigo Bush y a evocar los alegres tiempos de las Azores. Váyase en cruzada contra el pérfido Islam. Váyase a proponer la entrada de Israel en la OTAN. Váyase a... Bueno, guardemos las formas.

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