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Sin duda es esa cualidad de buen "vendedor" lo que hace que la explotación de la obra de Jacques Brel sea periódicamente objeto de polémica. Sus herederos (mejor dicho, herederas; mujer y tres hijas, adecuado castigo para un misógino mujeriego) ostentan la marca de haber logrado la primera sentencia condenatoria para una web de Internet por poner al alcance de los navegantes -gratuitamente- las letras de las canciones del autor de "Amsterdam". Se trataba de un pobre estudiante admirador del belga y cuya web se hallaba -si no recuerdo mal- alojada en el centro académico en el que estudiaba. De ese modo, Internet empezó a evidenciar claramente que pintaban bastos para la generosidad y alegría que hasta entonces había imperado. La Fundación Jacques Brel estaba a punto de sacar a la venta su antología de los textos del artista y pretendía eliminar, por vía de ejemplificación, toda competencia.
Tenía que llegar 2003 para ver cómo la omnipotente RIAA (asociación que engloba a las principales empresas discográficas norteamericanas) demandaba a una inocente criatura de doce años por valor de 200.000 dólares a causa de su "perversa costumbre" de bajarse de la red cancioncillas de moda en formato mp3. Pero este es un tema del que trataré en otra ocasión.
En lo que concierne a Jacques Brel, la polémica más reciente se refiere a la difusión de cinco canciones inéditas que salieron a la venta el pasado martes por voluntad de la familia y contra la opinión del productor Eddie Barclay, el arreglista François Rauber y el pianista Gerard Jouannest, que testimonian que su autor e interprete había pedido expresamente que no se editasen por considerarlas inacabadas.Esas canciones (Mai 40, La Cathédrale, Avec élégance, L'amour est mort y Sans exigences) fueron grabadas en las sesiones de las que nació el último (y bellísimo) disco de Brel. La idea inicial era lanzar un disco doble, pero Brel sólo tenía 17 canciones y pensaba que las cinco referidas no estaban suficientemente maduradas ni iban a contribuir a la unidad y coherencia que él pretendía para su última comunicación con el público. Así fue como se incluyeron sólo doce canciones en un disco cuyas ediciones se agotaban apenas llegaban a las tiendas y que batió todos los récords de la época.
Era la despedida y Brel, trágicamente consciente de ello, había querido cuidarla especialmente. Fue un disco lleno de emoción y sinceridad, sin concesión alguna a la comercialidad y pleno de una poesía intensa y conmovedora. El cantautor había abandonado los escenarios en 1967 -salvo el breve retorno que supuso su montaje de "El hombre de la Mancha"- y, aunque grabó aún algunos discos soberbios, se puede decir que los años 70 los pasó retirado. Su disco, en consecuencia, era esperado ansiosamente por la innumerable legión de sus admiradores. Y, por última vez, no decepcionó. Quizás sí habría decepcionado en el caso de incluir los cinco temas que ahora se desvelan, aunque es improbable en un mundo regido por la fraudulenta costumbre de que una sola canción, más o menos aceptable, justifique la puesta a la venta de un disco.
¿Es una traición esta edición póstuma? En sentido estricto sí, sin duda, pero lo estricto no equivale casi nunca a lo justo ni forma parte necesariamente de lo real. Si fuera posible preguntar a Brel, probablemente nos diría que no sólo no deberían editarse éstas sino que habría que borrar de la historia el 80 por 100 de su repertorio. Su autoexigencia era bien conocida, así como el hecho de que odiaba o consideraba fallidas o sin vigencia muchas de sus canciones, hasta el punto de que, tras grabarlas, nunca las interpretó en público.
Pero, afortunadamente, el autor no siempre tiene razón, pese a que, en vida, le quepa todo el derecho a disponer de sus criaturas como mejor le parezca. Siempre tendremos que agradecer a Max Brod que traicionase la última voluntad de Franz Kafka, que le pidió que destruyese sus manuscritos. Gracias a esa traición llegamos a conocer la magnitud de la creatividad y la extraordinaria sensibilidad para captar el signo de los tiempos de un ser cuyo perfil -sin esa amistosa traición- sería anodino, funcionarial.y absolutamente olvidable.
En cuanto a las "nuevas" canciones, cuyas letras ya conocía a través de L’oeuvre intégrale, son puro Brel. Sus obsesiones, la riqueza de sus imágenes, el aliento poético, su desgarro entre la ternura y la amargura están ahí. Y merece la pena. Poco importa que en alguno de los temas el arreglo sea poco más que una colcha armónica para cubrir un esqueleto melódico, aunque uno se pregunta por qué, puestas en el trance de difundir las canciones, las herederas no han intentado que alguien -y nadie más indicado que el propio Rauber- completase los arreglos.
En cualquier caso, insisto: merece la pena.
Las inéditas (Letras)
* Mai 40
* La cathédrale
* Sans exigences
* L'amour est mort
* Avec élégance
Documentación
* Biografía
* La obra
* Canciones traducidas