Comentarios sobre la actualidad, reflexiones sobre la deriva histórica que nos conduce hacia viejas pesadillas y cualquier otra cosa que considere de interés.
06 octubre, 2011
Zapatero cierra el círculo con una traición
Por si faltasen evidencias acerca de la cesión de soberanía que España viene asumiendo como consecuencia de la crisis económica, ahora, al final de una legislatura agónica, surge la guinda que corona un pastel amargo e indigerible y que es totalmente ajena a la economía: Zapatero no sólo acepta el escudo antimisiles que rechazaba en 2001, cuando Aznar lo avalaba, sino que aprueba, como consecuencia, un aumento muy notable de la presencia militar estadounidense en España: cuatro destructores y 1,400 militares, un total de 3.400 personas. .
Tal decisión ha sido tomada deliberadamente a espaldas del Parlamento español. El momento elegido, con la legislatura concluida, no tiene nada de casual. Y no se trata de que exista temor alguno a que no se apruebe (la medida ha sido consensuada con el PP). De lo que se trata es de hurtar al debate un asunto crucial, que altera el statu quo vigente, y cuya transcendencia es absurdamente minimizada por nuestro patético presidente. Según Zapatero, la regresión que supone este aumento de la presencia militar estadounidense no implica la colaboración con futuras operaciones de ataque como las de Irak o Afganistán. El escudo antimisiles, según este falso ingenuo, tiene un carácter "disuasorio y defensivo" y como consecuencia "no va contra nadie".
El engendro estratégico denominado escudo antimisiles tiene una larga historia. Ya en los años 80 Reagan amenazó con establecerlo, pese a que un claudicante y obviamente sincero Gorbachov le explicó hasta la saciedad en Reikiavik (1986) que nada estaba más lejos de los propósitos de la URSS que seguir alimentando la carrera armamentística, dadas las proporciones caóticas de su situación económica. Años más tarde, bajo la influencia de Donald Rumsfeld, un 'halcón' vinculado a los intereses de la gigantesca industria armamentística y enquistado en el poder desde los tiempos de Nixon, fue resucitado por George W. Bush en 2001. La mayoría de los países que debían 'sostener' el escudo lo rechazaron entonces, pues lo veían como una reactivación de la carrera armamentística.
Aunque es Rusia la más preocupada -y también indignada- por la sorpresiva escalada, Estados Unidos y su vergonzante apéndice europeo, la OTAN, insisten en asegurar que la iniciativa tiene como fin la prevención de posibles ataques por parte de los 'estados canallas' ('rogue states', según la terminología del Pentágono), entre los que destacan por su supuesta capacidad ofensiva Irán y Corea del Norte. Ninguno de ellos, sin embargo, tiene ni tendrá en mucho tiempo la tecnología necesaria para amenazar los objetivos que el escudo europeo dice defender. La implantación del 'escudo' en Polonia, República Checa, Rumanía o Turquía, países fronterizos con Rusia, deja poco lugar a dudas sobre su finalidad.
Si como se suele decir no hay mejor defensa que un buen ataque, no es menos cierto que no hay mejor ataque que aquel que neutraliza la respuesta previsible, el contraataque. El carácter disuasorio que Zapatero atribuye a este rearme, que "no va contra nadie" y al que España va a contribuir sin pasar el lógico trámite parlamentario se cae por su propio peso. La posibilidad de atacar impunemente es una tentación diabólica, difícil de resistir para quienes se han empeñado en regir en su propio interés el llamado nuevo orden internacional.
Para España este compromiso supone un nuevo paso en la dirección equivocada, un retroceso abismal, una sumisión que reduce aún más drásticamente la soberanía nacional, puesta en cuestión más allá de todo lo previsible por la crisis económica y los dictados exteriores en relación con ella. En cuanto a Zapatero, no se puede cerrar el círculo de una manera más contradictoria y patética. El hombre que empezó su andadura retirando las tropas españolas en Irak en respuesta al clamor popular -aunque aumentando la participación militar en Afganistán- se rinde ahora a los intereses estratégicos de Estados Unidos en un gesto que se nos quiere vender como una mayor implicación de Europa en su autodefensa.
"¡No nos defraudes!", le gritaban los jóvenes que se habían echado a la calle contra la guerra de Irak primero y contra la gigantesca mentira del PP sobre la autoría del ataque terrorista 11-M en vísperas electorales. "No lo haré", respondía él. Lo que ha hecho finalmente es más que un fraude, ha consumado algo mucho peor: una traición.
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