Un estudio publicado por la revista 'Nature' hace un
par de días estima que, en Estados Unidos, las fugas de metano
resultantes de la explotación del gas de esquisto mediante fractura
hidráulica son muy superiores a las calculadas inicialmente. Exactamente
del 9%, en lugar del estimado 2,4%, nada inocuo por otra parte. El daño
medioambiental es muy considerable, superior
al que causa el denostado carbón, y sólo es una parte de la inquietante
factura social, sanitaria y ecológica que supone este tipo de
explotación.
Mientras en EE UU se ignora el clamor popular en contra y
se perfora la tierra de norte a sur y de este a oeste gracias a una ley
desaprensiva elaborada por el ex vicepresidente Dick Cheney, en la UE
predomina la cautela. Francia ha prohibido las prospecciones mientras la
técnica de extracción no ofrezca más garantías; en España, como
siempre, prevalece la ambigüedad.
El hecho de que Estados Unidos haya
logrado reducir mediante el 'fracking' su dependencia energética del
exterior en un 25% (sólo en 2012 sus importaciones petroleras se
redujeron en un 11%) constituye un precedente nada alentador de cara a
impedir que ese agresivo sistema de extracción se generalice. En última
instancia sólo una movilización popular contundente podrá impedirlo,
dado que los intereses económicos pesan más que nunca en el mundo
actual.
El documental 'Gasland', presentado en la edición del
festival 'Sundance' de 2010, ilustra los riesgos del 'fracking' allí
donde está arrasando (literalmente): en los EE UU.
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