18 mayo, 2008

¿Arde la Casa del PP?


Está la cosa que arde en el Partido Popular. Parece la Casa -la casa común de la derecha española- a punto de entrar en combustión espontánea por supuestos motivos ideológicos.

María San Gil le mira a los ojos a Rajoy y le dice, sin pestañear, que no confía en su liderazgo; Mayor Oreja, regresado del frío europeo, la apoya sin condiciones; Esperanza Aguirre, también, y además, con su característico desparpajo, le espeta al padre de la criatura (Fraga, que no le hizo ni caso) que “ya le explicará” las declaraciones en las que afirmó que ella es conflictiva; la señora de Aznar se suma al panegírico de la San Gil mientras su señor se mantiene en silencio, pese a que todas las miradas le contemplan. “Yo ya no soy político”, ha afirmado recientemente el ex presidente del Gobierno.

Si más arriba califiqué de “supuestos” los motivos ideológicos que aducen los disidentes para justificar su postura es porque tales razones son totalmente irreales. Nadie quiere tocar ninguna esencia ideológica -por otra parte convenientemente indefinida- del PP y nadie, además, sabe en qué consiste el “alma” del partido que -se dice- María San Gil representa.

Lo que está en juego, como siempre en política, es el poder. Y más concretamente el poder personal de algunos que ahora lo tienen en el partido y temen perderlo. Su temor es razonable. Después de asistir a la defenestración de Acebes y Zaplana, halcones aznarianos que ‘secuestraron’ y condicionaron a Rajoy durante toda la pasada legislatura, quedan pocas dudas de que la reconducción que el presidente del partido se ha propuesto pasa por una ‘limpia’ de aznaristas (por llamarles de algún modo) irreductibles.

El PP eludió tras la derrota de 2004 asomarse al vacío, analizar las causas del fiasco electoral y revisar el rumbo. La soberbia de Aznar tiene mucho que ver en ello. Él ya había trazado las líneas maestras de su autodefensa ante la historia y, con toda la influencia de que era capaz (que fue y sigue siendo considerable), antepuso esa estrategia a cualquier análisis prospectivo acerca de qué era lo más adecuado para el partido.

Con la FAES, El Mundo, la COPE y Libertad Digital al servicio de sus planteamientos y la Iglesia y la AVT como asociados tácticos, Aznar consiguió convertir al partido y al propio Rajoy en rehén de sus personales intereses. Incluso llegó a hacer creer a muchos (no sólo a Acebes y a Zaplana) que por el camino que él marcaba, empedrado de mentiras, manipulaciones, intoxicaciones e irresponsabilidad política, se llegaba de regreso a La Moncloa.

Nada más lejos de la realidad. La estrategia del desgarro y la indecencia movilizó, por segunda vez consecutiva, a la izquierda sociológica, gran parte de la cual no siente ningún entusiasmo por Zapatero pero se dice a sí misma que “antes que 'este' PP, el diluvio”. Asimismo provocó el voto de castigo de las comunidades con mayor incidencia nacionalista. Hasta el más tonto y empecinado de los dirigentes del PP sabe -ahora, definitivamente- que ese no es el camino.

Quienes ven su destino político en peligro insisten en negar tales evidencias y en defender la línea ‘absolutista’ de la era dorada (2000-2004). Por una parte suponen que eso salva su presunción de buena fe; por otra, saben que entre los votantes esos planteamientos tienen bastante arraigo, gracias al martilleo mediático. Pero el motivo fundamental de que mantengan esa actitud es que confían en que la presión lleve a Rajoy y su entorno a una solución de compromiso que ponga a salvo sus preciadas y amenazadas cabezas.

El problema al que se enfrentan para lograr tal propósito es que, tras la larga marcha de la pasada legislatura como jefe de la oposición, a uña de caballo, espoleado y ‘dirigido’ por quienes ahora se le enfrentan, Rajoy parece haber aprendido una valiosa lección: la importancia de decir simplemente no. Si Aznar le instrumentó al servicio de su particular revancha y su personal estrategia, él parece creer llegada la hora del desmantelamiento de una línea de actuación política con la que no sólo no se identifica, sino que juzga negativa para el partido.

¿Puede un personaje patético, como Rajoy lo ha sido durante la pasada legislatura, trasmutarse en un personaje heroico? Existen motivos para albergar serias dudas al respecto y las más importantes no proceden de consideraciones acerca de su carácter personal, definido como conciliador e incluso como ‘blando’, sino de la cantidad, calidad y firmeza de sus apoyos.

Las espadas están en alto. Dentro de un mes tendremos la oportunidad de ver de qué lado se abaten, si tienen vocación fratricida o van a moverse dentro de las reglas deportivas de la esgrima. Tal vez la casa no arda. Quizás sólo estamos asistiendo a fuegos de artificio.

Todos saben en el PP que en junio se la juegan y todos sabemos que a la derecha no le gusta lo más mínimo jugársela.

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