"¿Cómo explicar lo inexplicable?", es la pregunta que se hacen muchos
tras la victoria de Donald Trump en las presidenciales estadounidenses.
Lo cierto, sin embargo, es que este triunfo del populismo extremo,
aunque ilógico, tiene explicaciones, por más que éstas nos parezcan
paradójicas e irracionales. ¿Quién dijo que la lógica tenga relación con
la expresión de la voluntad popular? Esa idea es ilusoria casi siempre,
y más cuando hay que elegir entre dos males. ¿Hay que recordar, como
ejemplo extremo, que Hitler llegó al poder a través del voto popular de
los alemanes? ¿Hay que recordar que la Alemania de los años 30 estaba
desesperada por las consecuencias del 'crack' del 29 y el pago de las
gigantescas indemnizaciones que tenía que cumplir como consecuencia de su
derrota en la I guerra mundial?
Más allá de que Hillary Clinton no fuera la candidata más idónea para
dar el triunfo a los demócratas, en razón a su trayectoria y sus
afinidades con el 'establishment', está el hecho de que el pueblo
estadounidense está harto, desesperado ante la falta de soluciones para
combatir las consecuencias de dos grandes cataclismos. Uno de ellos, más
antiguo y de incidencia más lenta, progresiva, es la globalización
económica, que ha facilitado la 'fuga' del país de las industrias más
poderosas y más generadoras de empleo, llevando la desolación a zonas
otrora prósperas. El otro cataclismo, más virulento, inmediato y
demoledor, fue el 'crack' de las hipotecas 'subprime', que evidenció el
carácter delincuencial e irresponsable del capitalismo financiero y ha
logrado que los ricos se hagan más ricos a costa de que los menos ricos
se empobrezcan o se arruinen.
Es un axioma incuestionable que el bienestar de las clases medias es el
principal factor de estabilidad y prosperidad en cualquier país. Y es
tristemente evidente que la ofensiva brutal del neo-ultraliberalismo
está alterando el equilibrio que - no sin sobresaltos puntuales - se
venía manteniendo desde la postguerra mundial. La consecuencia - visible
en todo el mundo desarrollado y no sólo en EE UU - es un crecimiento
progresivo e inquietante de las 'soluciones' extremistas, populistas y
oportunistas, que encuentran en las masas empobrecidas y con déficit de
formación y de criterio su caldo de cultivo ideal.
El éxito de Donald Trump, más inquietante que inexplicable, se basa en
un discurso que, analizado en su totalidad, es tan incoherente como
brutal. Construido en base a ideas-fuerza, que, hábil y demagógicamente,
responden a las exigencias de los más airados ante la situación
política, social y económica, carece simultáneamente de sentido y de
sinceridad. Y esa, paradójicamente, es la razón de su éxito. La gente no
retiene la totalidad del discurso, sino los eslóganes y Trump los tiene
para todos los gustos, de todos los sabores. Así ha logrado catalizar y
rentabilizar un amplio espectro de descontentos, que reclamaban un
cambio impreciso que, sin duda, Trump no les va a dar. Y no se lo va a
dar porque no puede.
El poder del 'establishment' estadounidense es inconmensurable y carente
de escrúpulos, y para él Trump es una extravagancia, un 'outsider'
narcisista y ególatra cuyo único mérito es el de haber convertido sus
propio nombre en una marca de éxito y mantener el inmenso caudal de
dinero heredado de su padre. En definitiva: un 'donnadie' afortunado,
pretencioso y efectista que sólo tiene una vaga idea de dónde se ha
metido. Ha sabido cómo ganar las elecciones. Ahora debe aprender a tener
contentos a quienes realmente mandan, lo cual no va a ser fácil para
quien acostumbra a hacer (con diversa fortuna, como es bien sabido) lo
que le da la gana.
Apostaría que, dentro de unos meses, veremos al otro Trump, el que sabe
contemporizar y admite sus numerosas insuficiencias para hacer 'lo
conveniente' por indicación de los 'expertos', sopena de afrontar el
bloqueo de sus órdenes, o, en última instancia, un 'impeachment' como el
que dejó en la cuneta de la historia a Nixon. Washington es mucho más
complejo que Nueva York y el gobierno del país más poderoso del planeta
requiere cierto grado de sofistiicación, información y realismo que no se aprende ni
en la construcción ni en los casinos. A partir de ahora él será el
aprendiz de los 'secretos' de la política estadounidense, que no es
precisamente un 'reality show' como el que potenció su peculiar figura. |
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