27 mayo, 2004

De hijoputas, con perdón

“Sé que es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Se atribuye al presidente Franklin D. Roosevelt esta pragmática afirmación, emitida en defensa de la asociación de Estados Unidos con el dictador nicaragüense Anastasio Somoza. Posteriormente la habría reeditado el siniestro e incombustible Henry Kissinger en relación con Pinochet e incluso con Sadam Hussein. La frase sintetiza lo esencial de la política exterior estadounidense y debería figurar en el frontispicio del Departamento de Estado con letras de oro.

Habrá quien argumente que tal política era la lógica en un contexto en el que el comunismo amenazaba al mundo libre. Ello explicaría, por ejemplo, el abrazo fraternal de Eisenhower con Franco, ex socio del derrotado Eje italoalemán pero virulento y eficaz anticomunista. Entre un fascista y un comunista Washington nunca ha tenido dudas en la elección. Se defiende la caja propia, no la libertad mundial. ¿O qué pensaban ustedes?

En cualquier caso, la alianza con hijos de puta no encontró su fin con el de la guerra fría. Un tal Ahmed Chalabi es la prueba viviente.

Miembro del consejo de gobierno interino iraquí, Chalabi era el hijoputa predilecto de Estados Unidos como alternativa al tirano Hussein. Ausente de Irak desde 1958, era más un apátrida que un iraquí y en su curriculum vitae figuraba estelarmente su fuga de Jordania tras arruinar a miles de personas en la bancarrota del Banco de Petra, su banco. 500 millones de dólares tienen la culpa.

Dispuesto a proseguir su enriquecedora aventura, se traslada a Londres y crea el Congreso Nacional Iraquí, partido cuyos integrantes podrían acomodarse en un salón-comedor de la clase media y que es financiado por la CIA. Los socios de Chalabi denuncian que cuatro millones de dólares de esos fondos se fueron directamente al bolsillo del hijoputa en cuestión.

“...Pero es nuestro hijo de puta”, se dijeron en Washington. Eso mismo se lo han venido diciendo año tras año, desde principios de los 90 hasta hace unos días, cuando Chalabi ha pasado a ser el villano por excelencia. Ahora resulta que es el principal responsable de la intoxicación sobre la supuesta posesión de armas de destrucción masiva por parte de Irak. Y para colmo, habría actuado en connivencia con Irán para derribar al tirano iraquí y habría proporcionado al régimen de los ayatolás información sensible referente a Estados Unidos.

Ha pasado de hijoputa conveniente a traidor repugnante, lo que prueba la existencia del hijoputa multiusos. Entre esos usos estaría, llegada la necesidad, el de poderoso detergente, muy adecuado para lavarse las manos de toda culpa. Chalabi nos engañó y nos traicionó. Nuestras intenciones eran buenas y justas pero él nos confundió. ¡Vamos, anda! Si hubiera que creerselo, la conclusión inevitable sería que el imperio está dirigido por gente aún más idiota de lo que parece.

Y no, no se puede ser más idiota, aunque es de temer que sí se pueda ser más hijoputa.

19 mayo, 2004

El bodorrio vende

Los ríos de tinta y los centenares de horas que los medios de comunicación de masas españoles están dedicando al bodorrio principesco que se cierne sobre el fin de semana han adquirido tal desproporción que incluso los más papanatas y porteras de nuestros/as compatriotas han alcanzado ya el nivel de saturación. Se diría que estamos asistiendo a una desmesurada operación de promoción de la monarquía, pero lo cierto es que no se trata de eso. En realidad se trata de que, según las cajas registradoras de los media, la boda vende. Y lo que se pretende principalmente es vender, prescindiendo de si se está exagerando o no la dosis de droga.

Hay quien, en un ejercicio de voluntarioso “wishful thinking” (pensar lo que se desea creer), opina que todo este exceso favorece la causa republicana. El que hambre tiene...

Nada de eso. Este pueblo nuestro está, en su mayor parte, rigurosamente despolitizado y vacunado frente al escándalo, aunque las pasadas elecciones parezcan indicar lo contrario. Lo más lejos que van las críticas es a cuestionar el coste económico, sufragado íntegramente por las arcas del Estado, es decir, por todos nosotros. Pero este país carga con todo, al menos mientras no le quieran quitar el pan... y el circo, por supuesto.

Pensaba extenderme más sobre este “enjundioso” asunto, pero realidades mucho más serias y terribles reclaman atención:

Escalada israelí

La arrogancia impune de Israel se halla en estos momentos en una feroz e inhumana escalada contra los palestinos en la zona fronteriza entre la franja de Gaza y Egipto, so pretexto de que ese área acoge a terroristas y que una red de túneles permite el contrabando de armas con el país vecino. Hace tiempo que las conciencias han superado el umbral del horror en lo que respecta al genocidio que Israel está perpetrando implacablemente contra los auténticos dueños de los territorios que ocupa y también de los que pretende controlar.

En estos días, coincidiendo con las matanzas de Rafah, Madrid es escenario diplomático del conflicto. Ayer, la visita correspondió al ministro de Exteriores israelí; hoy, al primer ministro de la Autoridad Nacional Palestina. No está muy claro qué papel está intentando jugar el Gobierno español, pero dudo mucho que pueda conducir al puerto de la paz. Moratinos tiene un privilegiado conocimiento del conflicto, que se acerca a los sesenta años de existencia, y sabe, sin duda, que la clave no está en Israel, sino en Estados Unidos.

Sólo cuando Washington ha apretado las tuercas a Jerusalén -coincidiendo siempre con administraciones demócratas- se ha atisbado algún progreso. Bush, ahora en plena precampaña electoral, menos que nunca quiere inquietar al poderoso lobby judío de Estados Unidos. Y lo mismo ocurre con Kerry, que, a nivel de política internacional, mantiene una actitud muy poco prometedora para la paz internacional.

En sus más recientes abusos, que han sido muchos y muy graves, Israel no sólo se ha beneficiado de la complicidad de Estados Unidos, sino también del desplazamiento de la atención internacional hacia la guerra de Irak, lo que le ha ahorrado protagonizar muchas portadas y noticias de apertura en los medios. Sus planes son meridianamente claros: si va a aceptar finalmente la creación de un estado palestino será bajo sus propias condiciones.

Las condiciones abusivas de Israel comprenden desde la erección del muro de Cisjordania, auténtica vergüenza mundial, hasta la consolidación de muchos de los asentamientos israelíes en tierra palestina, pasando por el control total de un pasillo fronterizo entre la franja de Gaza y Egipto, ocupando para ello suelo palestino. A partir de ahí admitirá –quizás- que se constituya un estado palestino. Y esa será la más peculiar entidad política del mundo: un estado dividido en dos territorios incomunicados, enjaulado tras un muro y con una de sus fronteras cegada por fuerzas enemigas.

Tal situación es inaceptable para los palestinos, pero seguro que servirá como base para que la mediación internacional insista en que firmen la paz. ¡Qué vergüenza!


13 mayo, 2004

Carnicerías

Todas las guerras son guerras civiles porque todos los hombres son hermanos.
François Fenelon


El último escalón de la catarata de horrores en que ha degenerado la guerra irregular y brutal que se desarrolla en Irak lo constituye una competición expresada en imágenes que desafían la sensibilidad y la racionalidad humana. Si las fotografías difundidas sobre los usos habituales en el trato a los prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib son repugnantes, el vídeo en el que se registró el asesinato de un rehén estadounidense supone una muestra estremecedora de la degradación humana. Es la respuesta de uno de los muchos grupos islámicos que se enseñorean en el caos que ha traído consigo la invasión de Irak a las torturas y asesinatos de los ocupantes, supuestamente más civilizados.

¿Por qué degollarle? ¿No habría sido suficiente un disparo en la nuca? ¿Por qué filmar el asesinato? ¿Acaso el hecho en sí mismo, sin documentación complementaria, carecería de significado? Es la debacle del terror, el lenguaje del odio lo que se ha apoderado progresivamente del panorama iraquí. Y en esa dinámica no basta con el hecho en sí. Es preciso inmortalizarlo en imágenes y difundirlo lo más extensamente posible para afrentar e intimidar al enemigo hasta el límite. Los bandos contendientes en todo conflicto bélico comparten siempre la idea de que el más brutal vencerá y la escenificación y difusión de los excesos forma parte de una guerra psicológica de indudable eficacia.

Un ejemplo de ello podría ser Faluya. Tras el asesinato de cuatro occidentales y el ensañamiento vesánico con sus cadáveres, cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo, el ejército norteamericano decide tomar la ciudad, bastión desafiante de la resistencia (¿pro Sadam o antiyanqui? He ahí el dilema). Durante días se suceden los bombardeos mientras los marines intentan vanamente progresar en un entorno que les hostiga casa por casa y esquina tras esquina. Finalmente renuncian. Para Estados Unidos la única alternativa a la retirada hubiera sido destruir totalmente la ciudad desde el aire, lo cual es más de lo que la opinión pública internacional podría soportar. Naturalmente, la resistencia iraquí (y con ella la mayor parte de los iraquíes, no nos engañemos) anota Faluya como una batalla ganada. La primera victoria. Una inyección de moral y una invitación a la emulación.

Las guerras sacan a la superficie lo peor de la condición humana al proporcionar un escenario en el que los más violentos e inhumanos de la especie en cada grupo se erigen en líderes de la acción. Ayer mismo, mientras el Congreso de EE UU se declaraba horrorizado tras conocer nuevas imágenes, aún más terribles, de las torturas y abusos a presos iraquíes, embozados extremistas palestinos difundían imágenes en las que mostraban los restos humanos de soldados israelíes muertos en Gaza, convertidos en moneda política de cambio, a sabiendas de los escrupulosos preceptos de la religión judía en relación con los cadáveres.

Nuestro mundo se ha convertido en una demente carnicería y ni siquiera a los despojos se les concede el beneficio último de la inviolabilidad. Pero la culpa de ello es en mayor grado de quienes iniciaron el conflicto (Estados Unidos en un caso, Israel en el otro) que de quienes resisten a sus consecuencias con las limitadas armas que tienen a su alcance y asumiendo la propia destrucción como consecuencia última si fuera preciso. El neoconservadurismo podrá presentar la desmesura resultante como una evidencia incontestable del “choque de civilizaciones” (1), pero se trata de algo mucho más elemental y que está documentado históricamente hasta la saciedad.

Tradicionalmente los pueblos han respondido a la invasión, el abuso, el expolio y la destrucción mediante la creación de milicias irregulares que intentan contraatacar con mayor virulencia, si cabe, al enemigo. Para ellos, enfrentados a una fuerza muy superior, no cabe la guerra convencional ni se ajustan a sus leyes (siempre vulneradas, en todas las guerras, por los contendientes de uno y otro bando, se diga lo que se diga). Carecen de un territorio liberado y seguro en el que refugiarse y también de la infraestructura necesaria para mantener prisioneros más allá de un tiempo limitado. Son conscientes de que su destino más probable es la muerte y optan por vender lo más cara posible su propia vida.

Está también ampliamente documentado que los ejércitos convencionales son derrotados con significativa frecuencia por ese tipo de resistencia, que no les ofrece un frente ni una localización definida, que les humilla esporádicamente y les aterroriza con su crueldad y la imprevisibilidad de sus acciones. La de Irak es una guerra perdida y los militares de Estados Unidos y Gran Bretaña lo saben ya. El problema ahora es dilucidar cómo se puede vestir convincentemente de victoria una derrota, cómo salir de Irak ofreciendo al mundo -que se opuso a esa guerra- la imagen de que se ha hecho algo útil. Esa es otra misión imposible.

Sólo si cambian los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña podrá contemplarse la posibilidad de decidir una salida presuntamente honorable para una guerra injustificable y deshonrosa. Y aún así se habrá destruido totalmente un país y se habrá potenciado en él la semilla de un conflicto civil probablemente interminable, al tiempo que se habrá favorecido, en todo el mundo islámico, el fortalecimiento de las alternativas más intolerantes y violentas. Precisamente aquellas que teóricamente se pretendía combatir al invadir Irak.

Lamentablemente, nadie exigirá responsabilidades a quienes, movidos por motivaciones inconfesables, iniciaron esta guerra y marcaron así un punto de inflexión en la dialéctica internacional que presagia gravísimas consecuencias. La mezcla de la ambición y la codicia es explosiva y está en el origen de casi todas la guerras y su correspondiente secuela de crímenes. Cuando a la ambición y la codicia se suma la estupidez se pierden incluso las guerras que se ganan y se engendran conflictos en cadena que hubieran podido ser evitados. Estalla, en definitiva, la lucha de los más débiles, unidos aunque sea circunstancialmente, contra el más fuerte. Hitler y antes que él Napoleón son los ejemplos menos lejanos de este síndrome. Eso no es choque de civilizaciones, sino dialéctica en estado puro.

La cuestión es si Occidente va a asumir definitivamente que su visión del mundo esté polarizada por esos tres ingredientes irracionales (ambición, codicia y estupidez). En ese caso, lejos de hallarnos ante una confrontación entre culturas, religiones o civilizaciones, nos encontraríamos ante la inconsciente autodestrucción a plazo indefinido de una civilización que habría convertido su supuesta cultura en una caricatura despiadada y lamentable de sí misma, reduciendo sus conceptos fundamentales a grandes palabras vacías de significado. Eso no es una lucha, sino una autoderrota. Nada nuevo bajo el sol: una civilización más condenada a desaparecer por sus propios deméritos e inconsecuencias, como todas las precedentes.

(1) Samuel P. Huntington.

09 mayo, 2004

Cinismo y desvergüenza

George W. Bush califica de “aborrecible” lo sucedido en la prisión iraquí de Abu Gharib. Eso no es propio de América, dice (aunque se refiere sólo a EE UU). América, protesta, es “compasiva”. Y ésto lo asegura ante canales de televisión árabes, en un intento -inútil, por cierto- de lavarle la cara a su política y de lavar sus propias manos. No es una santurrona e hipócrita declaración para el crédulo y chovinista consumo interno, de lo que sólo cabe concluir que es un cínico de tomo y lomo, pero también un ignorante desvergonzado, que no sabe con quién se está jugando los cuartos. La credibilidad de su mensaje, su eficacia sobre aquellos a quienes iba dirigido, ha sido igual a cero. Ni siquiera ha tenido el “detalle” de cesar a Rumsfeld, el siniestro secretario de Defensa, ni éste tiene la decencia de dimitir. ¿A quién creen engañar, en definitiva?

Creo que apenas 20 días antes de que surgieran las primeras revelaciones acerca de las torturas y sevicias sufridas por prisioneros iraquíes a manos de tropas de la coalición 'liberadora', documentadas con imágenes tan repugnantes como inequívocas, vi en un canal de televisión por cable un documental que no deja lugar a dudas acerca de que lo sucedido no es una excepción circunstancial, sino la norma de actuación sistemática en cualquier momento y en cualquier lugar.

En la cinta, cuyo inicio me perdí, por lo que desconozco el título o si forma parte de una serie, ex responsables de la CIA relataban su modo de actuar en Vietnam de cara a la neutralización del Vietcong. Básicamente había tres alternativas. La primera (teóricamente), “comprar” la colaboración, lo que incluye desde el empleo real de dinero hasta el chantaje y la amenaza a la vida del sujeto o de sus allegados; la segunda, la tortura, para obtener la información deseada, y la tercera, el asesinato, cuando las otras dos opciones no eran aplicables o se revelaban inútiles. Cuatro décadas después los usos son los mismos, si no peores.

A propósito de Vietnam, todos tenemos en la memoria la imagen de un general del Sur asesinando de un tiro en la cabeza a un presunto guerrillero del Vietcong recién detenido. Es sobrecogedora y abominable. ¿Pero cómo fueron las imágenes de la matanza indiscriminada de ancianos, mujeres y niños en la aldea de My Lai, perpetrada por el teniente Calley por la mera sospecha de que los habitantes cooperaban con la guerrilla? ¿Y cómo las de las muertes de miles de civiles de toda edad, achicharrados por el napalm que, desde la impunidad de la altura, los aviones de la USAF lanzaron indiscriminadamente por toneladas?

Esa es la política compasiva de Estados Unidos: un aborrecible sarcasmo. Y para colmo, sus crímenes de guerra o sus atentados a los derechos humanos siempre quedarán tan impunes como sus gobernantes decidan porque el justo y compasivo sistema impide que los ciudadanos estadounidenses rindan cuentas de sus actos ante el Tribunal Penal Internacional o cualquier otra institución ajena a la jurisdicción interna de Estados Unidos.

La CIA, como nadie ignora ya, es una cloaca. Tras las revelaciones precursoras del agente “arrepentido” Philip Agee, describiendo la magnitud de las operaciones encubiertas de la CIA en los años 60, muchos más datos han arrojado luz sobre la auténtica naturaleza de una agencia que tiene como principio ignorar cualquier principio o ley con tal de sostener a un poder que, frente a todas las evidencias, insiste en aparecer ante el mundo como una entidad impoluta y redentora. Fue el propio Agee, asqueado hasta la náusea, quien hizo una revelación clave: "Lo que la Agencia [CIA] hace es ordenado por el Presidente y el NSC [National Security Council]. La Agencia ni toma decisiones políticas ni actúa por su propia cuenta. Es un instrumento del Presidente".

Tal vez para evitar que la responsabilidad última (y primera) de las acciones encubiertas y manifiestamente ilegales caiga sobre la cabeza del Estado se ha llegado a una singular medida de “privatización” de la inteligencia. El caso de la empresa -si no es una tapadera- CACI y su actuación en Irak (en concreto en la prisión de Abu Ghraib) es revelador de que el Gobierno Bush resulta incluso innovador en la extensión del cinismo y la desvergüenza que caracterizan la ejecutoria internacional de Estados Unidos desde tiempos ya inmemoriales.

En su comparecencia parlamentaria en relación con las torturas a detenidos iraquíes, Donald Rumsfeld previno de que hay más documentos, además de los difundidos, que, por supuesto, el Gobierno no tiene intención de difundir. Dijo también que el asunto es una “catástrofe”, refiriéndose –supongo razonablemente- a las repercusiones de la difusión de las imágenes más que a los hechos que éstas revelan.

Tal vez tardemos años en conocer la dimensión real de todo lo que está sucediendo en Irak desde que fue invadido, pero finalmente lo sabremos. Entonces, retrospectivamente, tendremos conciencia plena de la vergüenza y deshonor que le cabe a nuestro país por haber apoyado y dado cobertura a esta aventura imperialista y hasta qué punto la corrección de tal posicionamiento era necesaria y urgente.

Pero no puedo terminar estas líneas sin lamentar que el Gobierno español del “cambio” esté dispuesto a ampliar la participación militar española en Afganistán, por muy ridícula numéricamente que pueda ser. El hecho de que en esa actuación esté implicada la OTAN no sólo no legitima tal decisión sino que pone simultáneamente en cuestión nuestra participación y la de la OTAN.

¿Qué hace la Organización del Tratado del Atlántico Norte en el Golfo Pérsico, tan lejos de su marco geográfico natural de actuación? Es más: ¿Qué sentido tiene la subsistencia de esa institución defensiva cuando ha desaparecido el peligro (soviético) frente al que nació?

Tal vez ha llegado el momento de que España se replantee su pertenencia a un tratado que no es otra cosa que la expresión del poder y de los intereses de Estados Unidos, ajenos e incluso contrarios a los de la Unión Europea en general y a los de nuestro país en particular. Rectificaría de ese modo el error que el propio PSOE, regresado al poder mediante este Gobierno, cometió al impulsar la permanencia en el mismo mediante un referéndum que significó, durante la campaña previa, la mayor operación de intoxicación de la opinión pública de la historia. Eso sí que sería un cambio.

04 mayo, 2004

Erre que erre

José María Aznar habita una galaxia muy particular, muy suya. Desde ella, con su mirada unidireccional y polifémica, contempla un universo aún más peculiar. En él Estados Unidos es el campeón de la libertad y de la democracia y en España, tras la derrota de su providencial partido, impera –“al parecer”, dice- un “partido del odio” empeñado en destruir al PP y de paso -eso no lo dijo expresamente, pero es lo que se deduce del contexto- a España, esa España que sólo el Partido Popular representa porque lo que está fuera de él es la antiespaña: el eterno enemigo de la unidad de destino en lo universal, integrado por la izquierda y los nacionalismos.

La lectura de las crónicas de la presentación, ayer, de sus singulares memorias del poder parecen páginas extraídas de .“Ponche de ácido lisérgico”(1) .¿Se puede alucinar tanto sobre la realidad hasta el punto de hacer afirmaciones como las que se hicieron en el invernadero de La Arganzuela? Por supuesto que no, pero se puede manipular impunemente esa realidad hasta el punto de convertirla en la verdad revelada para unos (los devotos votantes del PP) o en una alucinación paranoide para otros (el resto de los mortales).

De entrada que Aznar se describa a sí mismo como un liberal ya es una demostración extrema de tupé, de supina ignorancia o de desconocimiento de sí mismo. O las tres cosas. Asegurar, por otra parte, que la mayoría de los españoles quieren "paz y libertad sin renunciar a nada y sin rendirse ante nada", pretendiendo que es su partido el que representa a esos razonables ciudadanos, cuya existencia nadie puede discutir, es otro ejercicio de prestidigitación francamente grosero.

Más aún. Su afirmación de que “la mayor amenaza y el mayor peligro que corremos es que el terrorismo gane la primera batalla consiguiendo que creamos que la culpa es nuestra" es otra muestra depurada de su vano propósito de rescribir la historia reciente como si el resto de los ciudadanos no hubiéramos sido testigos y pacientes de ella. Por supuesto que el ataque terrorista del 11-M –al que se refiere sin nombrarlo, como siempre- tiene su origen en el apoyo de su Gobierno a la invasión de Irak. Y la culpa no es nuestra, sino muy personalmente suya.

Pretender meter en el mismo cesto el terrorismo de ETA y el islámico y tratar de imponer la idea de que no hay que preguntarse por los orígenes o causas de ningún tipo de terrorismo no es más que un patético intento de silenciar las críticas al inmenso error que significó su posicionamiento, con desproporcionado protagonismo, junto a Bush y Blair en el deliberado expolio de Irak, al que hay que unir la ausencia de medidas preventivas frente a la amenaza del terrorismo islámico, fruto de una inconcebible e irresponsable convicción de impunidad.

En su libro asegura que “nosotros en Irak estamos defendiendo a un aliado, como no podía ser menos, pero también estamos defendiendo las democracias occidentales y muy en particular la democracia española”. Y esto ya no es una alucinación personal ni la consecuencia de un análisis deficiente, ni una simple estupidez. Es sólo una mentira tan indecente como gigantesca e insostenible. Una mentira como las armas de destrucción masiva que supuestamente ocultaba Sadam, como la conexión del régimen iraquí con el extremismo islámico. Una mentira como la autoría de ETA en los atentados del 11-M, que él y su Gobierno mantuvieron durante 72 horas con las elecciones encima.

Es la mentira lo que les costó el poder porque como él mismo dice, ilusamente en beneficio propio, la mayoría de los españoles quiere "paz y libertad sin renunciar a nada y sin rendirse ante nada". Y a lo primero que los pacíficos y liberales españoles no renuncian es a la verdad. Y a lo que están determinados a no rendirse es a la mentira. Las urnas lo han demostrado hasta un nivel incuestionable.

Si Aznar y el partido que él insiste en dirigir a título -supongo- de líder espiritual no se imponen una profunda autocrítica, una clara rectificación e incluso un humilde ejercicio expiatorio es mucho más que dudoso que esa “mayoría de españoles” a los que dicen representar les otorgue en el futuro su confianza.

Y ello por una sencilla razón: han demostrado que no la merecen.