15 diciembre, 2003

Sadam, exhumado

"Ladies and gentlemen: We got him" ("Señoras y caballeros: lo tenemos") Así anunció el virrey estadounidense de Irak la captura de Sadam Hussein, como si, en la entrega de los "Oscar", un solemne histrión dijera "the winner is..."

Y esa es la cuestión, quién es el vencedor. Es de victoria de lo que se ha hablado con tan fausto motivo. De victoria de la democracia, de victoria del pueblo iraquí, de victoria contra el terrorismo...

Pero en las propias circunstancias de la captura del tirano hay elementos más que suficientes para minimizar la polifacética victoria que se nos vende. El Sadam que las "victoriosas" tropas estadounidenses han capturado es un ser patético, exhausto y desconcertado, que ni siquiera tuvo los lúcidos reflejos necesarios para pegarse un tiro. Nada en su entorno indica que el enterrado en vida que los "vencedores" han exhumado sea el líder de la resistencia, salvo que emplease la telepatía en sus tareas gestoras.

Sadam Hussein no era en estos momentos otra cosa que un superviviente a su propio desastre, seguramente aferrado a la esperanza de que la resistencia a la ocupación le devolviera un día al poder. En su mansa entrega probablemente también ha pesado la ilusa esperanza de tener un juicio justo y poder explicarse ante la historia. Es un hombre que no acaba de comprender su destino, que no creyó que su país fuera a ser invadido so pretexto de la posesión de unas armas de destrucción masiva inexistentes y mucho menos por el afán filantrópico de instaurar una democracia o defender los derechos humanos, que le consta que no son una prioridad de los invasores.

Tal vez confía en poder explicar cómo hizo la guerra a Irán por cuenta de los Estados Unidos o cómo, en su momento, la embajadora norteamericana (Ver en Archivos) le dejó entender sibilinamente que su país no haría nada si ocupaba Kuwait, en cumplimiento de una tradicional reivindicación territorial.

Pobre iluso. Quizás nadie le haya hablado de los secuestrados de Guantánamo, fuera de la jurisdicción de cualquier tribunal y al margen de cualquier ley conocida. Quizás también desconozca la negativa airada de EE UU a aceptar la vigencia del Tribunal Penal Internacional. Suerte tendrá si no acaba confesando que en realidad fue él quien mató a Jesucristo.

La captura del tirano, en cualquier caso, es un respiro para la coalición (?) y sus corifeos, un oasis en el desierto cotidiano que suponen una posguerra que es la auténtica guerra y la contrastada incapacidad de los ocupantes para dirigir una situación en la que la auténtica víctima, con Sadam o sin él, sigue siendo el pueblo iraquí. La invasión, finalmente, ha alcanzado un logro que contenta a todos: el sanguinario Sadam ha sido capturado. Su captura, al menos en principio, no parece tener otro valor que el propagandístico.


La guerra sigue. Eso es todo.